Tras el desastre de Rancagua en 1814, la logística diseñada para realizar el cruce de Los Andes, debió ser reconfigurada: el territorio chileno se convirtió en bastión enemigo, y una nueva región a liberar. La necesidad de combatir al enemigo al oeste de la cordillera, obligó a San Martín a relevar las rutas de tránsito que comunicaban ambos lados de esta, ya sean legales o ilegales, sencillos o complejos, y que conformaron el trazado por el cual se movieron 5000 hombres, el doble de animales y los pertrechos necesarios para una guerra. El ingeniero Alvarez Condarco, junto a baqueanos de la región cordillerana, conocedores de los caminos escondidos en la montaña, definió las pasos a recorrer. Claves en el desarrollo del cruce, los baqueanos son poco reconocidos por las fuentes históricas. Ante las dificultades planteadas por la logística del cruce, San Martín eligió como guías para el ejército a quienes conocieron las condiciones especiales de la región, su relieve, sus particularidades; capaces de garantizar el movimiento de tropas con un mínimo de pérdidas razonable, convocó a quienes desde tiempos prehispánicos trajinaban de manera invisibilizada los caminos ocultos de la cordillera: El pueblo Huarpe.